Este año se rompió una silla que nos habían regalado mis padres cuando nos casamos, hace casi veinte años. Fue parte de nuestro «primer comedor», dos sillas plásticas con las cuales compartimos nuestros primeros desayunos, almuerzos, cenas. No recuerdo exactamente por cuánto tiempo fue nuestro comedor, pero es un recuerdo bonito de esos inicios, con gran valor sentimental.
La silla rota, permaneció así unos meses, hasta que mi esposo decidió cambiarla por otra. Cuando la sacó del apartamento, nos llenamos de nostalgia, tantos recuerdos. Vino a mi mente y sobretodo a mi corazón, mi mamá, que partió de este mundo hace casi seis años. En esa silla mis pensamientos despertaban en ese instante sentimientos de tristeza, de lo difícil que es desprenderse, dejar las cosas atrás. Y luego, mi esposo comentó «hemos progresado desde ese tiempo» y mi pensamiento cambió. Tenía razón. Habíamos podido adquirir un comedor de madera muy bonito y funcional, mucho camino habíamos recorrido desde ese inicio de nuestro comedor de dos sillas de plástico, no sólo en términos económicos, sino de conformar un hogar, acompañarnos. Y me di cuenta que estamos a un pensamiento de distancia de cambiar nuestra realidad. Al verlo desde ese punto de vista, sentí gratitud y fue más fácil dejar ir la silla rota.